martes, 24 de febrero de 2015

Farewell, foliage

A veces voy por la vida pensando que debo hacer todo lo que hago y de la mejor manera: la más honesta, la más dedicada, la más destacada; porque así, a fin de cuentas alguien lo va a reconocer y lo va a apreciar con la misma fuerza con la que yo lo hago. Siento que no tengo que abandonar antes de tiempo y que tengo que ir contra viento y marea, porque tengo que dar el ejemplo, porque tengo que transgredir lo que los demás establecieron. Tengo que hacer historia en la historia del otro. Tengo que lograr mover las piedras, cambiar el rumbo de las cosas, ser determinante, avasallante. No sé si se trata de ser diferente o de ser idiota sin querer. Y es entonces que puedo admitir que lo que más me molesta de mí, es la falta de amor propio. Años de terapia y experiencias de vida me hicieron dar cuenta de que ahí está el error, y es luchar contra eso todos los días; porque tengo el diagnóstico pero no la cura. Desconozco cuándo fue que cambió todo, que cambié yo, que empezó a desanimarme absolutamente todo, excepto las ganas de ir directo a lo que me hace mal.
Nadie creería que es la segunda vez que me pasa, ni tampoco creerían que no aprendí nada. Ni yo puedo entender qué es lo que estaría faltando para no volver a pasar por lo mismo. Todo lo que creo saber o todo lo que incorporo solo me provee de estrategias para optar entre lo que me daña y lo que puede hacerme más daño aún.  Nada de lo que decido es sano.
Mi vida es una novela, donde yo soy la mala y la heroína a la vez. En mi fantasía destruyo lo que amo para que no pueda ser sin mí. Y ahí está todo el egoísmo que no puedo hacer real. En mi fantasía me puedo expresar, me puedo vengar, puedo gritar e incluso ganar. Y ahí está todo lo que no puedo endurecerme para dejar de llorar cuando debería imponerme.
La vida me da chances y el tiempo necesario para cambiar, así y todo no sé qué hacer con ello. ¿Qué más puedo pedir si conozco las herramientas necesarias para empezar de nuevo y ser feliz pero me niego a usarlas?

Lo único que puedo decir es que estaré eternamente esperanzada en generar lo imposible, aunque eso me consuma de a poco. Si tan solo lo pienso, lo idealizo, me completa, me motiva, me deja satisfecha. Daría lo que fuera por animarme y estimarme un poco más. Dejar de querer todo y empezar a optar. Dejar de pensar en qué hubiera pasado si yo no hubiera estado ahí, si no hubiera dicho esas palabras, si no hubiera reaccionado de esa forma, si no hubiera dado esa oportunidad. Tan solo a veces hay que hacerse desear y estar ausente. Es soltar y dejar ir. Es soltar y dejarme ser.