Frente
al mar te guardé mis secretos en algún vacío del corazón. Hoy quisiera volver a
buscarlos pero te fuiste con ellos, muy lejos. Y te pedí encarecidamente que
permitieras que siga mi vida, por todas esas promesas no cumplidas, y la
amargura del desencanto. ¿Cuál fue la falla en esta historia?, ¿Qué tiene el
abandono que yo no pueda darte?, ¿Cuán solo te sientes que yo no pude
acompañarte?
En cada
noche de absoluta perdición, me dejé llevar y te miré a los ojos intentando
encontrar la respuesta de un aquí y ahora perdido en el tiempo, de un montón de
palabras sin fundamento. Una predecible decepción que fue fuente de inspiración,
para plasmar en retorcidas metáforas y oraciones sin punto final; mis ganas de
desaparecer, desvanecida en la retórica.
Hoy me
encuentro carente de significantes, que puedan darle un nombre a esta
sensación, de tenerte ahí, mientras converso con la basta inmensidad de mi
cama. Resignificando sentido por sentido, lo que solía ser de nadie
análogamente ahora es nuestro. Y seguirás siendo lo que nunca fui, en potencia.
No pretendas que me olvide lo fugaz de tu sonrisa, de la cual me atribuí la
causa, en algún momento de sinceridad plena, pero tu preocupación inundaba el
espacio que recorríamos de la mano.
Te
abracé para que sintieras que no iba a dejarte, a pesar del daño que causabas,
erosionando cada fragmento de mi ser, y me arriesgué para que sintieras que de
algo valía, apostar a entregarse sin miedo a perder.
Sólo
espero que hayas aprendido que fui incondicional, mientras te hacías uno con el
sufrimiento esperando el peor desenlace. Partícipe de tu tragedia, pero no
cómplice de tus decisiones. Hoy, mañana y para siempre me va a costar perdonarte;
pero te agradezco por enseñarme a estallar en luz como un astro difunto,
esparciendo en el cosmos la esencia de creer. Creí en vos.